lunes

Puentes sí, muros no

Mis abuelos, como muchos inmigrantes, toparon con muchos “muros” en la búsqueda de “su lugar en el mundo”. “Muros” diversos, que a veces les parecieron imposibles de salvar: idioma, costumbres, vestimenta, religión… Sin embargo, no me caben dudas de que la decisión de anclarse a esta tierra nuestra tuvo como motivo principal que en ella, por cada muro que un intolerante levantaba, infinidad de puentes les fueron tendidos. Los generosos de espíritu siempre, afortunadamente, fueron y son mayoría en este país.
La síntesis entre lo que mis padres y abuelos me brindaron y lo que mi país me dio es esto que hoy soy, que me define como un “otro”, diferente, sí, pero con ganado derecho a “ser” y a “hacer” en esta tierra: un ciudadano argentino, bautizado en la fe católica, de origen palestino, que construye su día a día en su patria, y que, a la vez, intenta desagregar los aspectos humanos de un conflicto que pareciera circunscribirse al mero enunciado de cifras que banalizan -cuando no niegan, cuando no ocultan- que detrás de ese conflicto –y de un muro levantado por la intolerancia- hay inocentes, indefensos sociales, silenciados, los “nadies” de Galeano, que la humanidad pierde obscenamente, minuto a minuto, por obra de las mezquindades de sus dirigentes.
La sola dignidad que me debo, por origen y por principios, y que debo a mis hijos, me llevan a dedicar parte de mi trabajo como escritor a ese conflicto, haciendo uso de la única herramienta que creo válida para construir un mundo que integre al hombre con el hombre: LA PALABRA, en pos de un futuro en el que la aniquilación sea sólo el mal recuerdo de épocas en las que el hombre, como decía Miguel Hernández, acechaba al hombre.
De los muros hay que hablar, es el único modo de empezar a ver, de una vez por todas, que ahí están, erigiéndose como signos claros de que no todos optan por construir puentes que acerquen el hombre al hombre. Y que entonces nuestra tarea, la de quienes optamos por la paz, es urgente.
Y con la palabra como único puente posible, yo también hablo y escribo sobre un muro: el que fuera erigido por Israel en territorio palestino.
Hay quienes se sienten molestos de que lo haga desde un lenguaje como el literario, incómodos de que sea la metáfora la que hable de este muro (que no es, precisamente, “metafórico”), y, especialmente, molesta la referencia a los costos en términos humanos, en términos de posibilidades de construir la paz, que dicho muro conlleva.
Pero como este país no es un territorio en el que las armas sofisticadas puedan ser usadas para ocultar lo que TODOS ven, o para acallar las voces; como en este país nuestro, el uso de la violencia efectiva sigue, gracias a Dios, siendo un delito, apelan a la violencia simbólica. Y entonces ejercen presión: para que desde nuestro stand en la Feria del Libro se dejen de representar escenas de mi novela, o para que el Museo Roca, donde debía dar una charla el día 2 de junio, me avise que se suspende con la pueril excusa de las “razones de fuerza mayor” (sic).
En resumen, ejercen presión para que no se hable de lo que ellos mismos construyeron. En resumen, en un territorio de paz como el nuestro, también hay quienes se empeñan en levantar o en hacer que otros levanten “muros” para que sólo sean las suyas las voces que se escuchen. Creo, si no me equivoco, que eso se llama DISCRIMINACIÓN.
Duele tener que hablar de muros en plena democracia. Duele tener que hacerlo cuando se recuerda que el mundo festejó con algarabía la caída de uno. Duele, porque llevado por ese “mal hábito” de cultivar la memoria que tenemos los escritores, no puedo dejar de leer el presente a la luz –o debería decir “a la sombra”- de lo que arroja el pasado. Duele, cuando todavía nos avergüenzan, como especie, los muros levantados por el nazismo alrededor de los guetos y campos de concentración.
Y entonces la memoria me dicta que en nuestro país fue la dictadura la que levantó muros para aniquilar, ocultos tras ellos, a toda una generación destinada a dirigir los destinos de este país; muros levantaba un “interventor” de la dictadura, alrededor de las villas miseria, para esconder la miseria vergonzante a la que eran condenados nuestros hermanos más indefensos, en una provincia norteña… Y hasta también logró “tapiarles” el entendimiento a unos cuantos que lo hicieron gobernador, “democráticamente” elegido… Muros de silencio levantaron muchos que miraron para el costado cuando se llevaban a vecinos, amigos, familiares; muros de ignorancia levantó la censura, la quema de libros, el exilio de escritores y pensadores argentinos; muros se erigieron alrededor de las escuelas, para que el “conocimiento” se mantuviera aséptico de las realidades vergonzosas que desbordaban a nuestra sociedad; muros de papelitos y cánticos triunfalistas fueron, también, esquizofrénica, increíblemente inexpugnables a los clamores de los torturados y a los llantos de los nacidos en cautiverio clandestino, cuando el Mundial 78. Un muro de falsa bonanza, de frívolo vedetismo, de mentida inclusión en el “primer mundo” fue suficiente para desviarnos la mirada y consumar el despojo y la destrucción económica y moral de nuestro país…
Recuerdo, y entonces me resisto a creer esto que estoy viviendo, esta discriminación con la que se me quiere acallar; esto, que no es otra cosa que la reproducción de las estrategias de un pasado cercano que nos avergüenza. Muros: obstáculos a la visión, barreras al entendimiento, límites que intentan legitimar el excluyente “nosotros” y los “otros”, murallas que cierran el “paso”, que impiden el encuentro necesario, el contacto enriquecedor; cercos de hormigón y concreto para que no se vea de qué modo el ser humano se encarniza contra otro. Muros: en ellos se estrellan los sueños y se fracturan las voluntades; en ellos la palabra conciliadora rebota, no surca el aire ni se proyecta como posibilidad de unión. Muros: contra ellos se congelan todos los posibles abrazos.

Gustavo Rojana


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Gustavo Rojana
es autor de “El Muro”, 2da. Edición, Editorial Argenta. Ex presidente de la Colectividad Palestina en la Argentina. Periodista e investigador de la problemática palestina. Productor artístico de varias obras teatrales y musicales como “Hair”, “Casting” y “Jaime querido”. Nacido en Zárate, Provincia de Buenos Aires, el 12 de julio de 1960.

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