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Azmi Bishara- La negación del Holocausto




El holocausto Nazi apuntaba a liberar a Europa de la “corrupción judía”, presentada como sinónimo del capital bancario y opuesto al capital industrial. Esto sumado a la degradación moral, la carencia de patriotismo, el menosprecio por los valores nacionales y la tradición y otros tantos males, fueron causados por "el gusano" que aniquiló por completo todo lo que era noble y puro en el pueblo Germánico.
Aquel “gusano” representaba la tensión racial que nunca fue propia del pueblo Germánico, sino intrínsecamente extraño y que se dispersó y permaneció para desparramar su contaminación. El objetivo fue el pueblo judío europeo -y sus varias manifestaciones incluyendo el capitalismo, el comunismo y el liberalismo-, y aun su mera presencia, que según este sistema diabólico de pensamiento, era un flagelo para la pureza racial.
En la Alemania nazi, un capitalismo tardío impuesto por el estado burocrático-centralizado convergió con un fanático y rabioso nacionalismo xenofóbico sustentado ideológicamente en el "verspaeteten Nationen" (naciones tardías NdT), estructurado según una historia de antisemitismo religioso que se remonta a la Edad Media y a las expediciones de los cruzados. Estos atacaron pueblos judíos en Europa central ubicados en la ruta a Palestina, basándose en un determinante exclusionismo religioso. El objetivo, que apuntó tanto a musulmanes como a judíos fue delineando de esta manera parte de la identidad europea. Los musulmanes fueron un determinante externo y los judíos un determinante interno.
Pero la obsesión de los nazis acerca de la aniquilación de los judíos fue también avivada por una ideología que incorporó la ingeniería social totalitaria, basada en el darwinismo social y recientes descubrimientos biológicos, que fueron aplicados sobre seres humanos, junto con un romántico socialismo populista que era hostil al comunismo, al socialismo democrático y al liberalismo, todos considerados “extraños” para el “Volksgeist” (la tradición y la identidad del pueblo alemán NdT) y el espíritu del pueblo.
Esta forma de exterminación masiva, justificada seudo científicamente y fríamente llevada a cabo, no hubiera sido posible sin una gran capacidad para compartimentar las operaciones entre la burocracia administrativa y la mano de obra de ejecución, por un lado, y la moral de los individuos por el otro. Un fenómeno que constituye una de las características del aparato estatal moderno.
Tampoco hubiese sido posible sin todo el trabajo de registro y el archivo de la documentación, también una característica de aparato estatal moderno.
La ironía de toda esta taxonomía humana seudo científica y la documentación obsesiva de los nombres, domicilios, posesiones confiscadas y detalles físicos de las personas que fueron arriadas y despachadas a los campos de concentración y de allí a las cámaras de gas, radica en el hecho de que toda la papelería se haya transformado en la más importante fuente primaria de lo sucedido y el instrumento más importante con el cual se han podido refutar los argumentos de aquellos que niegan la existencia del holocausto o minimizan su magnitud.
Lo que distingue al holocausto no es tanto la magnitud del número de víctimas. Por más que fuera único en el siglo veinte, millones de habitantes nativos fueron exterminados en masa en el continente americano en el curso de los siglos anteriores. No es sólo una cuestión de escala, muchos más millones murieron en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial que en las cámaras de gas nazis, y esto incluye a rusos, alemanes, polacos, franceses, italianos y muchas otras nacionalidades.
El verdadero horror del holocausto no reside solamente en la búsqueda deliberada y selectiva de pueblos enteros (judíos y gitanos) para la exterminación y en la escala de este crimen, sino en la totalidad del objetivo y en la forma “racional” en que fue llevado a cabo.
Los judíos fueron arrebatados de sus hogares en medio del silencio general de sus vecinos, un silencio entremezclado con la incitación al odio promulgada por los grupos antisemitas y la complicidad activa de informantes. La mayoría de los judíos que murieron en los campos de concentración no eran sionistas; de hecho, muchos incluso pudieron no haber oído hablar del sionismo.
Por otra parte, el papel del movimiento sionista salvando judíos o colaborando con los nazis fue muy marginal, sin importar el número de estudios que se han realizado para analizar ambas situaciones y sin considerar el hecho de que la mayoría de sus resultados han sido corroborados. El sionismo, en efecto, tenía dos caras: fueron -y son- las perspectivas y las metas de los investigadores las que provocan el desacuerdo. El movimiento sionista comenzó, y había fijado su vista en Palestina, mucho antes del holocausto.
Los sionistas solamente utilizaron el holocausto para justificar retrospectivamente su proyecto nacional, incluso si fue esa justificación la que condujo a algunos árabes a negar la existencia del mismo. Sin embargo, aunque ha habido personas que consideraron que minimizando o aún refutando las consecuencias del holocausto socababan las demandas judías por un Estado en Palestina, la mayoría de la opinión árabe educada e informada nunca ha negado el holocausto o la existencia del antisemitismo en Europa. Más bien, han argumentado, correctamente, que puesto que este horror había tenido lugar en Europa los palestinos no debieron haber pagado el precio.
A pesar de que existió vagamente como una mezcla entre lo residual de una cultura religiosa y las ideas nacionalistas-extremistas importadas de Europa -incluso en etapas anteriores- el antisemitismo en el sentido de hostilidad hacia los judíos comenzó a esparcirse de manera significativa en el mundo árabe en su forma cultural e intelectual solamente después de 1967. Claramente, el surgimiento de este fenómeno coincidió con la aparición de una actitud metafísica que intentó explicar la abrumadora derrota árabe de ese año en los términos de una confrontación con un mal absoluto, basado en una conspiración global del estilo de los "Protocolos de las Sabios de Sión ". A pesar de que se ha demostrado que éstos fueron una invención del servicio secreto ruso a fines del siglo XIX encontró muchos crédulos en el mundo árabe como consecuencia de la derrota de 1967.
De manera similar surgió la negación del holocausto durante este período con el mismo sentido de una teoría conspirativa fantástica que le atribuye a un grupo selecto de judíos en el mundo el poder de inventar y engañar al mundo entero haciéndole creer una serie de estupendas mentiras.
Quisiera sugerir que hay dos formas de negar el holocausto. La primera, sustentada por elementos de la derecha tradicional europea y la nueva ultra derecha simplemente niega que el holocausto haya ocurrido. Esta postura no ha adquirido suficientes raíces para convertirse en un determinante del comportamiento de naciones y sociedades.
La segunda forma de negación es ignorar que el holocausto ocurrió dentro de un contexto histórico particular y por lo tanto considerarlo como una aberración diabólica que sucedió de alguna manera fuera de los límites del tiempo y del espacio. Una consecuencia importante de este enfoque es que inhibe el estudio del holocausto como fenómeno histórico y como extraordinario ejemplo de los peligros del racismo, del chauvinismo nacionalista extremo y de la ingeniería social totalitaria en sociedades contemporáneas.
Pero la negación del holocausto puede asumir otro perfil, que es su reducción a un mero instrumento con fines políticos. El movimiento sionista se ha destacado en esto, sus rituales y la retórica en la conmemoración por las víctimas del holocausto superó de lejos su preocupación por las mismas y sus actividades para combatir el fenómeno cuando ocurrió.
De hecho, durante los años de la guerra, el tema no siquiera se planteaba en la comunidad judía que vivía bajo el Mandato británico en Palestina. Muchos sionistas en esos tiempos se avergonzaban desconcertados al oír hablar de los judíos que eran arrastrados y masacrados sin oponer resistencia alguna ya que esto entraba en conflicto con el espíritu nacionalista combativo nacionalista y la imagen del nuevo hombre que intentaban inculcar. No fue sino hasta el juicio a Adolf Eichmann que se rompió el silencio vergonzante y repentinamente dieron rienda suelta a las emociones.
Mientras los sionistas se esforzaban por retratar la historia del pueblo judío como una
corriente ininterrumpida de hechos de opresión y persecución que culminaba inevitablemente en el holocausto, la historia del mismo se ha convertido en propiedad exclusiva israelí. Han nacionalizado y convertido a las víctimas de las cámaras de gas nazi, a pesar de sí mismos, en un episodio de la lucha sionista para crear un Estado o en un instrumento para chantajear a otros y lograr el apoyo a los objetivos sionistas o para justificar los crímenes que el estado sionista comete contra otros. Es como si la magnitud de los crímenes le diera el derecho a Israel de asumir el rol de la víctima por excelencia o como si fueran los únicos, colocándola más allá de cualquier crítica a su accionar.
El argumento sionista de que todos los judíos han sido víctimas de las atrocidades nazis ha dado lugar a dos fenómenos curiosos.
El primero es que todo israelí puede hablar y actuar como víctima, incluso si tiene más en común ideológica y psicológicamente con el delincuente o el "Kapo" (los judíos que cooperaron con los nazis en los campos de concentración). Es decir, el mero hecho de haber nacido de una madre judía le daría el derecho de representar a todas las víctimas, incluso frente a aquellos que en realidad son mas victimas que él y a aquellos que son más hostiles al nazismo, al racismo y a sus seguidores.
El segundo fenómeno es el monopolio que reclama la clase gobernante israelí para hablar en nombre de los judíos y de la historia judía en general que se manifiesta al solicitar y ejercer presión para lograr apoyo político y financiero a Israel.
El desafío del verdadero entendimiento y de las lecciones aprendidas del fenómeno nazi se reduce -en primer lugar- a algo parecido a una sesión de terapia en la cual aquellos que ejercen el rol de víctimas ayudan a aquellos que en su rol de victimarios purgan su culpabilidad satisfaciendo las demandas psicológicas y materiales de las víctimas.
Hay algo moralmente repugnante en este traspaso de pecados, o de la inocencia, de padres a hijos, opuesto a involucrarse a un proceso objetivo de investigación histórica con el fin de combatir el racismo en todas las formas y en todas las sociedades. Después de todo, las víctimas principales del racismo europeo en la actualidad no son los judíos, y en Palestina no es la víctima sino el victimario.
Desafortunadamente, las sesiones de terapia israelí-alemanas ignoran tales duras realidades y, al hacerlo, ofrecen a israelíes y alemanes un cheque en blanco para derramar su racismo sobre otros, como si el holocausto fuera una preocupación puramente alemana-israelí y el gran fenómeno del racismo algo completamente diferente. Es como si con su catarsis mutua uno exonerara de responsabilidades al otro. Mientras tanto el monopolio del sionismo, injustificable, ilógico y no sustentable históricamente en el rol de portavoz de las victimas del holocausto le sienta bien a los europeos.
La mayoría de los objetivos y las demandas sionistas no requieren que Europa se involucre en un proceso serio de introspección para desarraigar las causas más profundas que dieron lugar al holocausto. Contrariamente a lo que uno podría esperar por lógica, esto coincide con los propósitos del sionismo porque mantiene intacta la discreción monolítica del holocausto y minimiza, en comparación, el significado de otros crímenes cometidos en Europa.
En consecuencia, se traslada la entera cuestión judía fuera de Europa y se la sitúa en el Medio Oriente. Es posible que para los funcionarios europeos sirva de alivio poder exonerar sus culpas por el holocausto calmando a Israel al mostrar simpatía hacia los anti-palestinos, anti-árabes y anti-musulmanes. Sin embargo, este comportamiento confirma la continuación del síndrome subyacente, un síndrome que esta encubierto por una factura pendiente de salud moral, autorizada y sellada por Israel después de cada visita de redención que los líderes europeos realizan a “Yad Vashem” (el museo del holocausto) en Jerusalén. Es por esta razón que todas las víctimas del racismo en todo el mundo deberían hacer una campaña para romper el monopolio sionista en su papel de portavoz de las víctimas del holocausto.
Inversamente, los árabes y los palestinos que niegan el holocausto no pueden ofrecer al racismo europeo y sionista mayor regalo que esta negación de la ocurrencia del mismo. ¿A qué posible interés árabe o islámico puede servir la negación del holocausto y exonerar a Europa de una de las páginas más negras de su historia? Hacer esto significa, no sólo absolver a Europa de un hecho que cometió, sino también ganar su desprecio y despertarse un día para encontrar que Europa e Israel se alían contra los árabes o musulmanes que niegan el holocausto con tanto veneno que uno podría imaginarse que el holocausto sucedió en Egipto o Irán, y que la negación del mismo es un crimen mucho más grave que el hecho en sí mismo.
La negación de Holocausto es absolutamente estúpida aun como argumento político. Pero Israel no dejará de tomar ventaja de esto en contra de sus adversarios regionales que nada tenían que ver con el holocausto. Por otra parte, el holocausto es un fenómeno que merece el estudio académico apropiado, cuyo objetivo sea separar la realidad de la ficción. Ningún incidente de la historia subyace más allá del reino de este proceso. Dicho esto, no se puede considerar que Teherán tenga una tradición de estudios sobre el holocausto y el tema tampoco es una de las prioridades académicas iraníes.
Y la conferencia en Teherán que fue precedida por un discurso político negando el holocausto no puede ser considerada una conferencia académica, sino una acto político que daña a árabes y musulmanes y le sirve sólo a las fuerzas de ultra derecha y neo-nazis europeas y al movimiento sionista.
Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando algunos árabes y otros pueblos del Tercer Mundo se acercaban a Alemania porque luchaba contra las potencias que eran Francia e Inglaterra, los árabes y la izquierda del Tercer Mundo que se habían aliado con la Unión Soviética, argumentaron que era incorrecto que las victimas del racismo se aliaran con el racista régimen nazi. Su postura era correcta. En la actualidad, no existe ni siquiera una justificación pragmática inmoral para aliarse con el racismo europeo. La negación del holocausto no socava la justificación moral por la existencia del estado de Israel, como algunos imaginan. Lo que sí hace, sin embargo, es poner a disposición de la derecha europea y de Israel un enemigo conveniente sobre el cual descargar sus problemas. Este enemigo comprende a palestinos y árabes, especialmente a los musulmanes fundamentalistas, aquellos a los que a Bush gusta denominar “fascistas islámicos”.
La reacción árabe inicial al holocausto fue simple, directa y mucho mas racional. El holocausto ocurrió, pero fue una tragedia por la cual los europeos deberían asumir la responsabilidad y no los árabes. Esta es la opinión que predominó durante los años 40´ y 50’. El sentido de cordura que sobrevivió en todos nosotros continúa sosteniéndola.


(*) Azmi Bishara es árabe de nacionalidad israelí, fue miembro del parlamento del Estado de Israel y director del departamento de filosofía de la Universidad palestina de Bir Zeit. Este artículo fue publicado en la revista Actitud Nª 15, febrero 2007

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